"Pinzas"

lunes, 10 de febrero de 2014

B.B.

…Rob-ID esperaba a la familia en el gran recibidor de la mansión. La señora bajó las escaleras con una gracia especial, casi haciendo un homenaje al disfraz de dama de época que llevaba. El señor, acabando de comprobar si el coche había llegado, la recibió al final de la escalinata, con una medio reverencia impostada; algo extraño para un troglodita de las cavernas; y es que este año el cónsul se había decantado por un disfraz menos caballeresco, principesco o vaqueril.
Rob-ID pronto sintió a los niños rondándole a voz en grito mientras blandían sus espadas de plástico entre ellos y luego contra él. Sonrió. “Dejad a Rob-ID que lo vais a estropear y luego quién hará la cena”, dijo la señora, guiñándole un ojo al robot mayordomo. Los niños siguieron su batalla en el driveway donde un reluciente Rolls vintage ya esperaba con la puerta abierta y la luz de cortesía encendiéndose suavemente en la oscuridad de la finca.
El chófer, un modelo Chof-i, bajó en cuanto sus circuitos detectaron movimiento. El educado y sonriente robot se colocó en la puerta de pasajeros, invitando a que entraran. “Vendremos en tres horas… espero. Conecta todas las alarmas y prepara la chimenea para después”, dijo el cónsul, con una ridícula barba pintada a cera. La señora lo agarró por el cuello como para ahogarlo. “Anda vamos a disfrutar un poco y deja a Rob-ID , que ya sabe qué hacer”. La señora volvió a guiñarle un ojo al robot, que esta vez, no pudo evitar proyectarle una tímida sonrisa.
Tras verlos meterse en el coche, Rob-ID cerró la gran puerta de la casa. Como de costumbre, permaneció un minuto con la mano en el pomo, por si el señor se hubiera olvidado los guantes, algún papel o sus gafas de cerca. Pero esta vez el ruidoso Rolls dejó paso, poco a poco, al silencio de la noche.
Rob-i se dio la vuelta y miró alrededor. La fiesta de carnaval de todos los años era una noche especial. No hay nadie en casa, ni de la familia ni del servicio y Rob-ID se queda solo, sin nada que hacer. Lo único que desea es poder ver las fotos que año tras año, devora una y otra vez. Y es que a Rob-ID le había encantado siempre el carnaval.
Tras chequear todo tres veces, Rob-ID se quedó parado en el hall, mirando a la puerta. Pero de repente, en unos segundos, a sus circuitos de espontaneidad controlada llegó un impulso de 8v que le hizo pensar en… disfrazarse.
Tras calcular varias veces posibilidades, parámetros, pros y contras, Rob-ID empezó a subir las escaleras hacia el cuarto de juegos. Abrió la puerta de la colorida estancia y empezó a buscar algo que le pudiera servir. Localizó una peluca que rápidamente se colocó…pero la suavidad y la forma de su cabeza hizo que le resbalase hasta caer al suelo. Optó entonces por unas pinturas. Rob-ID se empezó a pintar un gracioso parche pirata, en su reluciente ojo sin párpado, pero la pintura no se le quedaba pegada en su aleación especial. Miró entonces un sombrero de copa. Se lo puso, pero la abertura era demasiado grande y su cabeza desapareció dentro del complemento.
Entonces, en la oscuridad del sombrero, sus circuitos volvieron a fluir y comprendió qué era el carnaval. No es ser algo distinto, es ser algo distinto que tú quieres ser. Rob-ID lo tuvo claro. Guiado por su HOME PS avanzó a ciegas por la casa con su cabeza dentro del sombrero.
Llegó al baño y colocándose delante del espejo se lo quitó lentamente. Viéndose reflejado, Rob-ID volvió a pensar.
“¿Qué quiero ser? ¿Qué siempre quise ser? Otros de mi serie, soñaban con ser robots chef, robots de seguridad en grandes corporaciones, pilotos… yo… yo… lo que siempre quise ser fue… unas pinzas alisadoras. Sentir el cabello, conseguir el efecto perfecto, lograr no quemar ni castigar la melena…”
Mientras pensaba en todo lo que podía hacer, Rob-ID ya se estaba tocando el pecho accionando la puertecita de su chip central. Al abrirla, el humo del nitrógeno líquido se diluyó en la cálida atmósfera del baño. Rob-ID, decidido, metió sus manos y sacó con delicadeza la diminuta esfera plateada del circuito central. Por un momento, sosteniendo su corazón metálico entre las manos, se detuvo y volvió a mirar al espejo; viendo la esferita llena de diminutas luces tintineantes, se estaba viendo a sí mismo. Entonces, avanzó hacia las pinzas alisadoras posadas en una banquetita. En apenas cinco minutos Rob-ID adaptó la esfera a las pinzas. Sólo un pequeño cable de platino unía la esfera al cuerpo de Rob-ID. Haciendo un rápido cambio de parámetros, Rob-ID empezó a sentir, a vivir como unas simples pinzas alisadoras.
Era feliz. Enseguida, empezó a calentar sus pinzas, moverlas, experimentar las diferentes opciones, intensidades… Estaba maravillado. Aun no teniendo toda la inteligencia y las posibilidades que su cuerpo de siempre le permitía, Rob-ID se sentía realizado.
Y es entonces, en ese torbellino de sentimientos eufóricos, cuando descubre que no está disfrazado; que el disfraz fue siempre esa ridícula carcasa de robot mayordomo que ahora lo miraba a 50 centímetros, con unos ojos sin vida.
Rob-ID se había des-disfrazado.
Por precaución, no podía estar en su nuevo cuerpo mucho más tiempo; aunque le era difícil de asimilar, por primera vez en su existencia estaba siendo él realmente. Entonces, un nuevo torrente de alocadas ideas comenzaron a circular por los circuitos del robot. Con lógica, las fue descartando una a una, pero en el último momento, cuando con algo de tristeza estaba a punto de regresar a su cuerpo, unas palabras que acababa de oír, de la señora, resonaron en lo más profundo de su inteligencia de silicio: ” …deja a Rob-ID; él sabe qué hacer.”
Así, acto seguido, con toda la calma y delicadeza, las pinzas atraparon el cable que unía ambos aparatos. Rob-ID las cerró con todas sus fuerza calentándolas tanto como pudo. En unos segundos, el cable de unión se rompió soltando un par de inofensivas chispas.
Rob-ID no era más Rob-ID, era Pinz-i; lo que siempre quiso ser.
A la mañana siguiente fue un silencioso y discreto testigo de los sollozos de unos y los enfados del otro, mientas se llevaban el cuerpo sin vida de su, ya, anterior cuerpo. Pinz-i también se disgustó un poco al principio, pero se le pasó pronto; el fin de semana cenaban fuera y la señora debía estar espectacular.

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