"Calcetín de Navidad"

domingo, 12 de enero de 2014

SABERA AHSAN

Cuando era niña buscaba la Navidad por todos lados. En mi hogar no se celebraba. Esa sensación de ilusión de ver la noche de mil luces brillantes, las voce
s tan dulces y angelicales cantando villancicos sobre un bebé que vivió en un mundo y tiempo tan lejanos y la paz calentando mi corazón cuando el frío del invierno mordía mis pequeños dedos. Desde el coche de mi padre pasábamos de calle en calle mientras mi hermana y yo, con caras de ilusión, contábamos cuántos árboles de Navidad se veían a través de las ventanas de las casas. Me preguntaba como sería la Navidad en esas casas mágicas llenas de amor navideño. En los grandes almacenes se podía percibir el olor a dulces de miel, mazapán y azúcar en polvo. Los niños tiraban a sus padres de los faldones para llevarlos a admirar las estanterías llenas de productos, vestidos con lazos coloreados con todo lujo. La canción popular de “Yo sí creo en Navidad” no paraba de sonar y se repetía una y otra vez por el altavoz.
Todos los años, en el colegio, representábamos la Navidad a través de un belén viviente. ¡Qué ganas tenía yo que me dieran el papel de María!, la mujer vestida de azul que todos adoraban. Pero era algo que no podía ser. Este año, como todos los anteriores, me ponían de campesina. Con todo mi corazón quería encontrar Navidad aquí y, aunque la veía delante de mí, no la sentía ni la podría tocar. 
Preguntaba a mi padre por qué no había Navidad en casa. Por qué no teníamos un árbol lleno de luces de esos que brillan con mil colores, con un ángel o estrella dorada en todo lo alto. Y por qué, tras colgar el calcetín de Navidad al pie de mi cama, por la mañana aparecía completamente vacío.  “Hija, somos musulmanes, no celebramos esto. Es una fiesta cristiana.” Yo replicaba confusa: “pero dicen que Papá Noel quiere a todos los niños, ¿por qué no quiere a los musulmanes?” “Hija”, contesto mi Padre, “Papa Noel no es real, es una invención para que los niños cristianos crean que no han sido los padres los que les han dejado los regalos bajo del árbol de navidad.” Al día siguiente se lo conté a los niños del colegio. Debían saber cuanto antes lo de la “inexistencia” de Papá Noel. Tan pronto como había abierto la boca sentí una fuerte bofetada en la cara. La profesora me miró y chilló de una manera que nunca antes había escuchando en mi vida. Sentía las lagrimas caer por mis mejillas. Toda la clase me miraba con una mezcla de susto y odio. ¿Por qué nos miente esta chica? 
Esa noche lloré rodeada de los fuertes brazos de mi padre. Le expliqué que había buscado la Navidad por todos lados y, cuando me contó que la Navidad no era real, me sentí obligada a contárselo a mis amigos para que no sintieran el dolor que había sufrido al enterarme de que no era real, pero la profesora me castigó. Mi padre no dijo nada, simplemente me observaba con ojos tristes mientras sus manos se deslizaban suavemente por mi frente.  
En Nochebuena, antes de dormir, me asomé a la ventana para ver la Navidad esparcida por la calle. Vi luces de hadas atrapadas en las ramas de los árboles navideños que parpadeaban a través de los cristales. La nieve, silenciosa, descansando de pacíficamente sobre cada tejado, coche o planta. Todo parecía preparando para la gran entrada de Papá Noel, con su majestuoso trineo dorado y sus graciosos renos. Fuera real o no, eso no importaba ahora, sabía que no iba a venir esa noche a mi casa y no podía desviar la vista de mi calcetín colgado de la cama mientras me preguntaba ¿para qué? Me fui a dormir con el corazón dolorido y pesado. 


Todavía estaba oscuro cuando me levanté. Había tenido una sensación rara en mi habitación pero no vi nada. Hacía frío y una resplandeciente luz blanca brillaba a través de la brecha entre las cortinas. Creí que todavía estaba soñando y vi un teléfono rojo que había sido colocado junto a mi cama. Por instinto levanté el auricular. “¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!”, sonó una voz desconocida. “¿Quién es?”, respondí con susto e ilusión.  “Baja, hay algo esperándote”, me dijo la voz extraña.  Bajé las escaleras, no sabía lo que me esperaba. Abrí la puerta lentamente y me asomé. La sala estaba iluminada en todo su esplendor y vi un gigantesco árbol de Navidad con estrellas y ángeles de oro y plata. Y allí abajo, un solitario calcetín, lleno hasta el tope de regalos y caramelos. En realidad, no me preocupaba absolutamente nada saber qué había dentro. Lo importante era que Papá Noel, aquella noche, no se había olvidado de esta niña musulmana y que, al fin, la Navidad me había encontrado.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encanta. Primero me ha impresionado leer la historia de cómo observa aquella niña a la Navidad, y luego me ha conmovido hasta las lagrimas el amor de padre.

Unknown dijo...

Thank you Karla for you comments. It was a story buried very deep in my childhood and it was painful but a pleasure to tell :)

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