CARMEN M. ALMENARA
Son las ocho y cuarenta.Lo sabe porque lleva mirando el reloj desde hace cuarenta largos y angustiosos minutos. Mira su reflejo y se ve vieja. El tiempo lo arrasa todo.
Nunca pensó que un reloj sería tan importante. Ella, que odiaba mirar esas manecillas estranguladoras, que se sentía encadenada cada vez que tenía que ponerse ese molesto objeto que le ataba las manos y la imaginación.
Había llegado el momento que tanto temía, aquel en que su vida dependería de una máquina implacable.
Hoy todo dependía de ese artilugio diabólico. Hoy recibiría noticias, esas que llevaba esperando días interminables.
- Lo siento, - Responde la voz, tan implacable como el tiempo. – no pudo ser.
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