"Invisibles"

sábado, 10 de mayo de 2014

CARMEN M. ALMENARA

Luis era un hombre amable y divertido que solía sentarse en el banco del parque tras salir de trabajar para contemplar a las palomas y gorriones que jugueteaban por allí. A menudo, compraba un paquete de semillas para que las aves le hiciesen compañía y así no sentirse tan solo.
Nadie se fijaba en él, nadie reparaba en el individuo solitario de pantalón vaquero y zapatillas de deporte. No era guapo, pero tampoco era feo, no hacía nada raro, pero tampoco era demasiado normal. Sin embargo, nadie parecía mirarlo. Solo una persona, oculta en su quiosco de golosinas, lo observaba en silencio, tan invisible para el mundo como él. Se trataba de Aurora, una muchacha acomplejada por su aspecto que se escondía del mundo detrás de su mostrador.
Nunca hablaron, nunca se miraron a los ojos, pero ambos deseaban un amor que solo encontrarían en los brazos del otro.
Aurora acababa de cerrar el puesto de chucherías sabiendo que solo era un día más en su monótona vida, pero sentía que había algo distinto en el ambiente, se respiraba la sorpresa. Pensando en su invisible chico de las palomas, miró hacia el banco en el que solía sentarse pero no estaba, se había marchado ya.
Nuestro vagabundo amigo se había ido andando muy despacio como cada día de la semana, con la cabeza rendida por la constante desesperanza. Mas ese día giró la esquina de salida al parque y tropezó con alguien.
- Perdone - Susurró aturdida y sin levantar la mirada una joven.
El desconocido con el que había chocado susurró algo también, su voz sonaba dulce y lejana. Aurora posó sus ojos en él y el tiempo se paró un instante... Era el chico de las palomas, el desconocido invisible que pasaba las tardes en el parque. Luis le cogió la mano y la miró a los ojos.
- ¿Se ha hecho daño?- preguntó con dulzura.
La joven se quedó muda ante la ternura de aquel muchacho. Olvidó contestar y se sonrojó con la más inocente de las sonrisas.
Pasaron charlando horas de mil tonterías, de mil cosas importantes, de todo y de nada. Aquella noche había cumplido con su promesa de sorprender.
Desde entonces, estos dos desconocidos invisibles fueron visibles el uno para el otro por siempre, entre las palomas y el parque.




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