"Papel"

martes, 22 de abril de 2014

A.D. ALEMÁN

Estaba cansada y tenía una pinta horrible. Mis rizos castaños de papel pinocho estaban empapados y ahora lucían lacios como el papel cebolla, mis pestañas ya no estaban troqueladas y mis labios tan resecos parecían reciclados. Más que de bella y satinada cartulina parecía estar hecha de papel maché.
 Me bajé del autobús y caminé unos metros antes de toparme de bruces con la cafetería.
Mi querida cafetería en la que pasaba tantos momentos creando y soñando con un futuro invadido por mis relatos, mis novelas... por mis historias.
 Sin ser muy consciente de lo que hacía, acerqué la cabeza al escaparate.
El ambiente de dentro era tan cálido y bullicioso como siempre, en mi jerga interna un ambiente anaranjado. Entre sus cómodos sillones, la vista se me fue hacia una figura que apoyada sobre la mesa con la cabeza agachada, parecía estar absorta en otro planeta.
 Pegué tanto la cara que noté como el cristal me pellizcaba la nariz con su frío.
El viento tiraba de mí, pero me había puesto tanta ropa que el gramaje de mi cuerpo era demasiado alto como para salir volando.
 Por fin, cuando el grupo de mujeres de gesto remilgado de papel charol se retiraron, lo pude ver con claridad. Efectivamente ahí estaba.
 Con la misma sonrisa espontánea que me había salido nada más verle, entré y me puse delante de mi amigo.


 - ¿Qué hace señor?, le pregunté exagerando un tono grave.
 Él me miró y forzó una sonrisa.
- Escribir, dijo, sin más.
 La acuosidad del papel vegetal de sus ojos y su respuesta áspera me plastificó.
- ¿Qué te pasa?.
 Sin decir nada, se puso en pie y discreto se levantó el jersey.
- Mira.
 Sobre la cartulina naranja de su dorso, en el lado izquierdo de su pecho colgaba un post it blanco con un medio corazón dibujado.
- Esto me dará sólo para unas cincuenta historias más, me dijo apenado.
- Además la que estoy escribiendo ahora mismo es para alguien muy especial, así que se borrará algo más de lo normal.
 Como la pólvora, el grave suceso del chico que se quedaba sin corazón corrió veloz por toda la cafetería.
Todos querían dar una solución.
Hubo quien propuso que no siguiera escribiendo. Quien dijo que redujera el sentimiento de sus historias. Quien pedía una colecta para comprar un post it con un corazón nuevo para el muchacho. E incluso hubo que detener a uno, que, procedente del pub de al lado y bastante pasado de copas, se ofrecía a darle su propio post it.
Apenas les escuché. Conocía a mi amigo y sabía que no iba a seguir ninguno de esos consejos por muy bien intencionados que fueran algunos. Él iba a dejar un trocito de su corazón en cada historia aunque le costara quedarse sin él.
 En mitad del alboroto le abracé tan fuerte como pude.
- Tú eres alguien muy especial, le susurré.
- Levanta tu jersey otra vez.
 El silencio fue inmediato. Todos observaban como mis manos se dirigían al post it de su corazón.
- Esto quizás te duela un poco.
 Él clavó su mirada en mis ojos y asintió. Decidida, tiré del post it.
Algunos gritaron, otros se taparon los ojos, hubo quien se arrugó hasta perder el conocimiento. Pero él no se inmutó. Quizás porque confiaba en mí o porque si había alguna solución la iba a intentar, fuera la que fuese.
 -Ya puedes verlo.
 Agachó la cabeza hacia su pecho y ahí estaba un post it nuevo, con un corazón perfectamente dibujado sin ningún hueco. Luego levantó el post it y debajo de éste había otro igual con un corazón totalmente definido, y debajo de éste otro y otro.
 Los clientes y empleados de la cafetería se quedaron atónitos al ver a mi amigo pasar decenas y decenas de post it con un corazón nuevo cada uno.
 -Pero... ¿cómo?
 -Ya te dije que eras alguien especial, le susurré mientras colocaba otra vez el bolígrafo entre sus dedos.

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