"Sucedió en Londres, lejos de Inglaterra"

domingo, 12 de enero de 2014

LUIS GELADO

Una mano mi acaricia mejilla, despertar cálido y reconfortante, sin fuerza para abrir los ojos y cercionarme, pero sé que es ella. Puedo sentirla, sí. El calor que transmiten sus dedos deslizándose por mis mejillas y mis cabellos atenúa los primeros dolores del día. Y vuelvo a ser niña, y aparece madre rescatándome del mundo de los sueños, y me vuelve a sobrecoger la vuelta perezosa al mundo de los vivos, tan real y palpable como crudo y doloroso. 
Hace ya dos meses que permanezco postrada en esta cama del hospital, rodeada de flores y cientos de mensajes de apoyo de desconocidos. Que el Generoso obsequie su bondad. Katia, que así se llama mi ángel de la guarda, dice que por esta habitación ha pasado gente muy importante de Londres y que incluso he salido en los periódicos, que es un milagro que me haya salvado y que los médicos están impresionados con mi recuperación. Pero las palabras de ánimo no apaciguan el dolor de mi espíritu y mil veces preferiría disfrutar de la soledad del desierto, de donde fui arrancada por el destino, a marchitarme en esta húmeda habitación donde cada noche y cada día me atacan los dolores del recuerdo. 
Tiemblo ante la posibilidad de volverme a mirar en el espejo. Era una muchacha bella, los hombres me miraban con deseo y me prometían palacios, decían que podían ver la luna reflejada en mis ojos, más bellos y sugestivos que la luna misma, todavía me sonrojo cuando pienso en aquello.
Y uno de ellos, que El Perdonador le perdone por lo que hizo, me enamoró y tomó cuando apenas si había tenido tiempo de disfrutar de tales lisonjas.  
Le entregué mi pureza, mi juventud y dos hijos que seguramente ahora renegarán de mí y sentirán vergüenza del vientre que los engendró, de una madre que huyó y mancilló para siempre su nombre y el de los suyos por ir en contra de una tradición que nadie antes se había atrevido siquiera a cuestionar. Pero Él sabe que lo hice por ellos y espero que les dé sabiduría para comprender lo que sucedió y bondad para tratar a los seres humanos como merecen, como obras de la creación. Inshaallah. 

Mi amiga y salvadora continúa regalándome los oídos con palabras que apenas si alcanzo a comprender, qué lejos quedan los días en que paseábamos juntas por los parques de esta ciudad, cuando enjugaba mis lágrimas cargadas de añoranza, cuando me enseñaba esta lengua tan linda y difícil y me decía con ese dulce tono de voz aquello de "no worries darling, everything is gonna be all right". Tras la huída, el miedo se había apoderado de mi alma. Tardé tiempo en conseguir dormir y, aún cuando lo hacía, me despertaban los fantasmas del remordimiento, la duda y el sufrimiento. 

Y, aunque me faltaba lo más importante, comencé a creer que estaba en lo cierto. El miedo se tornó esperanza y soñé con volver a verlos. Me atrevía a pasear sola por las calles y buscaba en las caras de los desconocidos rasgos familiares, en los mercados, a la salida de la mezquita y aquello fue el principio de mi fin. Era verano, lo recuerdo bien y el fin de la estación oscura había transformado la ciudad en un escenario distinto al que conocí cuando llegué, rostros sonrientes, música y esos divertidos personajes con la cara y el cuerpo pintados que permanecían inmóviles como estatuas durante horas junto al río para ganar unas monedas.

Abdul da sus primeros pasos, se desploma y vuelve a levantarse. Me mira y sonríe, mamá está orgullosa de su bebé. Es fuerte, como un camello, y disfruta del espectáculo de mimo. Todo se mezcla y cobra sentido. El dolor se torna amor, el recuerdo presente y mamá no está allí pero nunca ha dejado y dejará de estar.

Cogida de su mano, la pequeña Latifa, mi bebé, tropieza, cae y llora como ella suele, lágrimas densas y fingidas que se disuelven en la arena, que el Bondadoso la proteja de todos los males que atormentan a las mujeres en el mundo, pero vuelve a ponerse en pie, me observa y sonríe, consciente de lo cómico de la situación. Si algún sí se ve en mi tesitura, sé con seguridad que reaccionará incluso con más firmeza.

Ya ni siquiera intento encontrar el sentido a estas imágenes que me asaltan sin orden, que me perturban y complacen a un tiempo. Del calor al frío, de la sonrisa al llanto, del pasado al presente, sin futuro al que dirigirse, del recuerdo al olvido, pinchazo tras pinchazo.


El corazón late cada vez más despacio, bum….bum, los ojos dejan de ver y sólo escuchan. Las manos, abiertas, boca abajo, no son capaces siquiera de agarrar con fuerza las sábanas blancas con el logotipo del NHS. Katia llora. Amanecer y atardecer se vuelven uno. Y comienzo a rodar desde lo alto de la duna. A mi alrededor percibo llantos. Y suspiro. Mi boca reseca deja escapar una palabra que, de repente, por primera vez desde que era niña, cobra sentido. Libre, libre, li.


Ilustración: Pilar Rodríguez


1 comentarios:

Unknown dijo...

Impresionante. Gracias por escribir algo tan sentido. No dejes nunca de escribir.

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